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martes, 31 de mayo de 2011

Capítulo 4: Primer día de verano


-¡Courtney! ¡Eh!-llamó Jack, y llegó hasta mí, jadeando-. Eres Courtney, ¿no? De tercero.
Al verle venir, había pensado que veía alucinaciones. ¿Qué hacía Jack Stevens, uno de los chicos más enrollados de primero de bachillerato, en aquel aburrido pueblo? Me sorprendió todavía más que me llamara, y por mi nombre. Nos llevábamos dos años y el instituto estaba lleno de chicas enamoradas de él.
-Hola, Jack. ¿También veraneas aquí?-sonreí, colocándome la melena rubia sin poder evitarlo. Sabía que era mi principal atractivo, y, al fin y al cabo, ¡estaba ante Jack Stevens!
-Parece que somos las únicas personas jóvenes en este pueblo-bromeó él.
-Sí... los únicos que han sobrevivido al aburrimiento, más bien-me reí-. Al menos, nos queda la playa.
El rostro de Jack se iluminó.
-¡No me digas que hay una playa!
-Claro. ¿Es el primer año que vienes? Porque cualquier persona de los 25 para abajo sabe que el único modo de sobrevivir aquí es yendo a la playa diariamente.
-Sí, nunca había venido antes. Mis padres me han arrastrado hasta aquí para que "respiremos aire puro"-bufó-. En fin, ¿por qué no vamos? Te llevo en moto.
-Eh...
No sabía si a mis padres les gustaría la idea de que me fuera con ese chico, no porque no fuera de fiar, sino porque apenas le conocía, por no decir nada. Claro que la opinión de mis padres, en realidad, no contaba. Ellos habían muerto en un accidente de tráfico hacía un par de años. Pero siempre contaba con ellos antes de tomar cualquier decisión, como si todavía vivieran. Me gustaba pensar que seguían conmigo, que me vigilaban desde allá arriba.
En el pueblo, era mi tío, ahora mi tutor legal, quien cuidaba de mí. Estaba segura de que no le importaría que me fuera con un chico de la escuela a la playa, que estaba muy cerca. Y mis padres... creo que querrían que conociera a gente en aquel pueblo muerto.
-Vamos.
Me subí a su moto y él arrancó dándole gas. Me sentía como una reina, con los brazos en torno a la ancha cintura de Jack y el cabello ondeándome al viento, libre de un casco protector. El olor a sal fue llenando el aire poco a poco, y al doblar una esquina vimos aparecer el mar, como un infinito amasijo de centelleantes zafiros, ante nosotros.
-Uau-oí murmurar a Jack, y me gustó aquella reacción.
Bajamos de la moto y corrimos hasta el mar. Todavía recuerdo cómo íbamos vestidos, pisando la arena ardiente con fuerza. Él llevaba un bañador a cuadros azules y blancos, a modo de pantalón, y una camiseta blanca con el logo de algún club deportivo. Yo iba con shorts vaqueros y una camiseta olímpica de color amarillo plátano.
Nos paramos ante las olas y él se lanzó al agua tras quitarse la camiseta. Le seguí, todavía sin poder creerme mi suerte, quedándome en bañador, que siempre llevaba bajo la ropa, ya que me iba a la playa cada vez que no podía más con el pueblo solitario, es decir, cada cinco minutos. Mi amiga Sharon iba a morir de envidia cuando lo supiera...
-¿Vienes aquí todos los veranos?-preguntó él.
-Sí... bueno, desde que mis padres murieron-le dije. Todo el colegio sabía que era huérfana.
-Oh, es verdad... Lo sentí mucho cuando me enteré del accidente. Y bueno... ¿lo vas superando? Sé que el primer año es el más duro, porque todo el tiempo quieres volver a estar con la persona a la que has perdido, pero el segundo... ya sabes, es menos complicado. Te acostumbras.
Le miré sorprendida.
-¿Perdiste a alguien?-le pregunté. Obviamente era así, tras el discurso que me había soltado y que plasmaba a la perfección mis sentimientos.
-Hace ocho años... a mi hermana pequeña. Un cáncer maligno.
-Lo siento mucho... pero es agradable ver a alguien que no se va corriendo cuando le cuentas cosas como ésta.
-Sí, todos se largan, o cambian bruscamente de tema, cuando tú necesitas hablar de ello. Ahí se descubren a los que son los verdaderos amigos. Los otros, apenas te hablan cuando te sucede la desgracia, cuando los necesitas.
Seguimos hablando de lo fastidiosas que podían llegar a ser las reacciones de la gente en cuanto a ese tema. Lo que nunca habíamos podido comentar antes, ahora nos descubríamos hablando de ello con total tranquilidad y confianza. Como viejos amigos que no éramos. Salimos del agua y nos sentamos al sol, en la arena, mientras continuábamos charlando, hasta que el horizonte comenzó a oscurecerse tras una ardiente puesta de sol.

-Perdona, guapa...-la voz estridente de una anciana me devolvió a la realidad-. ¿No es muy tarde para estar fuera de casa?
Miré hacia el cielo, que estaba ya poblado de estrellas. La anciana se asustó al ver mis ojos llenos de lágrimas, y me dejó sola, mientras yo seguía llorando.
Lloré por mis padres, por la hermanita de Jack, por tantas personas perdidas.
Y lloré también por mí misma.
Porque había perdido a alguien.
Otra vez.


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